Siete agostos han pasado y de nuevo en su rostro se vislumbra la impaciencia por el reencuentro. El pulso de Andalucía late con aires a Romería, pareciera que un nuevo mayo viniera a encajarse de improvisto en las semanas de este caluroso mes octavo.
Allá en la Marisma se alzan mástiles con perfume a romero, se oyen estruendos de trabucos y rumores que hablan del ajetreo de unos vecinos que se empeñan en cubrir el cielo de su pueblo con un manto blanco de seda.
Un sombrero colmado de aroma siembra las sienes en las que antes brillaba la áurea corona; la granate esclavina y los elegantes brocados vuelven a vestir de viaje a la Reina, que se prepara para emprender el camino de sueños que la separa de su añorada tierra de Almonte. De Pastora, como popularmente se le conoce a esta forma de vestir a la Madre de Dios, acunando al Pastorcito Divino en sus brazos, con una atrevida amapola roja prendida en sus oscuros cabellos y colmada de hermosura y belleza, así aguarda el instante en que sus hijos almonteños vuelvan para llevarla por senderos de amor y devoción hasta su pueblo.
Será el próximo 19 de agosto, la Virgen del Rocío dejará su Aldea para cumplir con la cita que cada siete años tiene con su gente. Estará más cerquita también de La Palma, a menos distancia de este pueblo que desde antiguo rindió honores al Divino Pastorcito y que cada Pentecostés se echa a los caminos para alcanzar su mirada de eterno Rocío.
La promesa se cumple y el tiempo vuelve a detenerse, el camino ya huele a su perfume y el pueblo se engalana para recibirla. Han pasado siete años, tantas cosas habrán cambiado, muchos ya no estarán y otros ocuparán los sitios que sus antecesores les dejaron como legado... Sin embargo Almonte lleva en su sangre el nombre bendito de quien es su razón de ser, su faro y guía, su alfa y omega: Rocío.
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