SIGNOS DE FE: San Elías, El Padre Espiritual Carmelita.

SAN ELÍAS, EL PADRE ESPIRITUAL CARMELITA

En el escenario exuberante y poético de Galilea, en una pequeña colina sobre el Mar Mediterráneo, se eleva el Monte Carmelo, refugio de muchos varones santos que, en el Antiguo Testamento se retiraban a aquel lugar solitario para rezar por la venida del Divino Salvador. Pero ninguno de ellos, no obstante, impregnó de tanta virtud aquellas rocas bendecidas, como San Elías.
Cuando el Profeta del celo ardiente se retiró allí, sobre el siglo IX antes de la Encarnación del Hijo de Dios, hacía tres años que una implacable sequía se cernía sobre Palestina, castigando la infidelidad de los hebreos con Dios. Mientras rezaba con fervor, pidiendo que el castigo fuese aliviado por los méritos del Redentor que vendría, Elías envió a su siervo a la cumbre del monte ordenándole: Vete y mira hacia el mar… Pero el siervo no vió nada. Y bajando, dijo: No hay nada. Esperanzado, el Profeta le hizo volver siete veces a la infructuosa escalada. Por fin, el siervo volvió, diciendo: Veo una nubecilla del tamaño de la pisada de un hombre. De hecho, la nube era tan pequeña y transparente que parecía destinada a desaparecer al primer soplo de los abrasadores vientos del desierto. Pero no; poco a poco creció, se alargó en el cielo hasta cubrir todo el horizonte y se precipitó sobre la tierra en forma de abundante lluvia. (I Re 18, 43-44). Fue la salvación del pueblo de Dios
La pequeña nube era una figura de la humildad de María cuyos méritos y virtudes excedían a los de todo el género humano, atrayendo para los pecadores el Perdón y la Redención. El Profeta Elías había comprendido en su contemplación el papel de mediador de la Madre del Mesías esperado. Fue, por así decir, su primer devoto.
Una bonita tradición nos dice que, a ejemplo de San Elías, siempre hubo en el Monte Carmelo eremitas que vivieron y predicaron allí, recuperando y transmitiendo a otros el “espíritu elíatico”. Aquél lugar santificado por hombres contemplativos pedía más contemplativos.
Alrededor del siglo IV, cuando comenzaron a aparecer los primeros monjes solitarios de Oriente, las laderas rocosas del Monte Carmelo acogieron una ermita, al estilo de las comunidades bizantinas, cuyos vestigios aún hoy se ven. Más tarde, sobre el siglo XII, un grupo de nuevas vocaciones, esta vez venidas de Occidente en el gran movimiento de las Cruzadas, enriqueció con nuevo fervor al antiguo movimiento. Después se edificó una pequeña iglesia donde la comunidad se entregaba a la oración, siempre animada por el espíritu de Elías. La pequeña “nubecilla” crecía cada vez más.
El crecimiento del número de los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo hacía necesaria una organización más perfeccionada. En 1225, una delegación de la Orden se dirigió a Roma para pedir a la Santa Sede la aprobación de una Regla, concedida por el Papa Honorio III, en 1226.
Con la invasión de los Santos Lugares por los musulmanes, el superior del Monte Carmelo dió permiso a los religiosos para trasladarse a Occidente y fundar allí nuevas comunidades, lo que muchos hicieron después de la caída del último baluarte de resistencia cristiana, el Fuerte de San Juan d´Arce. Los pocos que se quedaron allí fueron martirizados mientras cantaban el “Salve Regina”.

Juan Jesús Pavón Bueno

Foto: Grabado San Elías ante la Nube