Doblaban las campanas del barroco campanario, las calles se encogían por el frío de un noviembre recien estrenado, mientras que bajo los altos cipreses el olor a frescas flores servían de homenaje a aquellos que ya gozan de la eternidad prometida.
La tarde de La Palma se vestía de un desgarrador luto en el día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre. Ya en la Parroquia el cuerpo del Señor descansaba sobre los blancos lienzos de una eterna sepultura, que esconde tras de si una bella historia de salvación y acción de gracias por los favores concedidos en el Terremoto de Lisboa, que en el 1 de noviembre de 1755 desoló la localidad sin registrarse un solo fallecido.
La Hermandad Servita del Santo Entierro celebraba la Santa Misa de Requiem ante la portentosa imagen del Stmo. Cristo de la Buena Muerte, en una Parroquia que se presentaba totalmente abarrotada para honrar a los difuntos.
Un sencillo y sobrio altar de cultos acogía al Señor del Santo Entierro, que quedaba a la altura de sus devotos, situándose ante un dosel de color negro. Blancas sábanas envolvían al Stmo. Cristo de la Buena Muerte, que era flanqueado por varios blandones con cera blanca y dos columnas con candelabros de brazos. Al fondo del cojunto quedaba la Cruz Parroquial con manguilla negra acompañada de los faroles de plata de la Hermandad, elementos que antaño abrían los cortejos funebres. Margaritas y liliums blancos perfumaban al Señor Yacente, que en su serena mirada guarda todo el peso de la cruenta pasión.
Recuerdos, oraciones, lágrimas,... quedaron sellados en forma de besos en los pies llagados de Jesús de la Buena Muerte.
Durante todo el mes de noviembre, el Stmo. Cristo permanece en su capilla expuesto, bajo su Bendita Madre de los Dolores, a la veneración de los fieles en Devoto Besapiés. Será allí, en la intimidad de la sombría y luctuosa Capilla del Sagrario Viejo, donde la devoción rebosará lo espiritual y se materializará en el mar de rojas velas que alumbrarán al Señor durante este mes de duelo, en el que las campanas de la Parroquial de San Juan Bautista no cesarán de doblar ni una tarde.
La tarde de La Palma se vestía de un desgarrador luto en el día de los Fieles Difuntos, 2 de noviembre. Ya en la Parroquia el cuerpo del Señor descansaba sobre los blancos lienzos de una eterna sepultura, que esconde tras de si una bella historia de salvación y acción de gracias por los favores concedidos en el Terremoto de Lisboa, que en el 1 de noviembre de 1755 desoló la localidad sin registrarse un solo fallecido.
La Hermandad Servita del Santo Entierro celebraba la Santa Misa de Requiem ante la portentosa imagen del Stmo. Cristo de la Buena Muerte, en una Parroquia que se presentaba totalmente abarrotada para honrar a los difuntos.
Un sencillo y sobrio altar de cultos acogía al Señor del Santo Entierro, que quedaba a la altura de sus devotos, situándose ante un dosel de color negro. Blancas sábanas envolvían al Stmo. Cristo de la Buena Muerte, que era flanqueado por varios blandones con cera blanca y dos columnas con candelabros de brazos. Al fondo del cojunto quedaba la Cruz Parroquial con manguilla negra acompañada de los faroles de plata de la Hermandad, elementos que antaño abrían los cortejos funebres. Margaritas y liliums blancos perfumaban al Señor Yacente, que en su serena mirada guarda todo el peso de la cruenta pasión.
Recuerdos, oraciones, lágrimas,... quedaron sellados en forma de besos en los pies llagados de Jesús de la Buena Muerte.
Durante todo el mes de noviembre, el Stmo. Cristo permanece en su capilla expuesto, bajo su Bendita Madre de los Dolores, a la veneración de los fieles en Devoto Besapiés. Será allí, en la intimidad de la sombría y luctuosa Capilla del Sagrario Viejo, donde la devoción rebosará lo espiritual y se materializará en el mar de rojas velas que alumbrarán al Señor durante este mes de duelo, en el que las campanas de la Parroquial de San Juan Bautista no cesarán de doblar ni una tarde.