María de la Soledad, primer Sagrario de Dios.
Y aunque parezca un sueño, fue una realidad. El crepúsculo de una tarde casi veraniega de junio quiso antojarse caprichosa y arrancarle a la primavera el perfume de un inmaculado ramito de azahares. Un atardecer más que pasó ante esos ojos que siempre miran al cielo para rogar al Padre misericordia para su pueblo.
Fue junio, pero parecía abril. Y no fue ni una procesión más, ni la excusa mal buscada de unos cofrades a los que las calores de este prematuro verano le estaban afectando al riego, ni nada parecido. El motivo era Jesús Sacramentado, y si Jesús Sacramentado no es una razón de peso...
El caso es que al atardecer del viernes de las vísperas de la festividad del Corpus Christi, la Hermandad del Stmo. Cristo del Perdón iniciaba, como todos los viernes, el rezo del Santo Rosario en la Ermita de San Sebastián. Íntimamente, y tras forjar a María una corona de rosas con cada letanía del Rosario, las puertas del Santo se abrieron para dejar salir por ellas a María Stma. de la Soledad. La Virgen salía a la calle sencilla y rodeada de los suyos, en las andas de Traslado de Ntra. Sra. del Valle, que la Hermandad de la Patrona gustosamente había cedido a la Cofradía del Domingo de Ramos.
La Virgen salía para recorrer los pocos metros que separan a la Plaza del Cristo del Perdón de la del Corazón de Jesús, lugar donde permanecería hasta el Domingo del Corpus cuando el Santísimo Sacramento del Altar pasaría ante Ella, llenando de gozo su traspasado corazón. No hubo excesos, todo se hizo en su justa medida, buscando el recogimiento con el que esta bella Dolorosa palmerina sabe llegar a sus hijos.
María Stma. de la Soledad lucía su antigua ráfaga de estrellas, portando en sus manos una rosa blanca, simbolizando su inmaculada pureza, y algunas espigas de trigo, signo eucarístico. El exorno floral de las andas fue a base de flores blancas, destacando entre otras nardos, rosas y liliums. Varios candeleros con cera roja iluminaban el caminar de la Virgen.
La Señora de la Soledad estuvo arrodillada ante su Hijo, Jesús Sacramentado. Fue la humilde Sierva que una vez más doblegó sus rodillas ante Dios, tal y como lo hizo en la Anunciación y en el Calvario.
Una vez pasada la festividad, volvía con los últimos rayos del sol del lunes día 7 de junio a recorrer la calle Real para llegar a su Ermita.
La Hermandad del Perdón cumpliendo con uno de sus fines, ha honrado a María con este culto, solemne, sencillo y hermoso. La Virgen ya reposa en su hornacina, guiándonos con su mirada hacia el Reino Prometido y doblando sus rodillas ante el Santísimo Sacramento, que espera en la Soledad del Sagrario la oración sincera de su Iglesia.
Y aunque parezca un sueño, fue una realidad. El crepúsculo de una tarde casi veraniega de junio quiso antojarse caprichosa y arrancarle a la primavera el perfume de un inmaculado ramito de azahares. Un atardecer más que pasó ante esos ojos que siempre miran al cielo para rogar al Padre misericordia para su pueblo.
Fue junio, pero parecía abril. Y no fue ni una procesión más, ni la excusa mal buscada de unos cofrades a los que las calores de este prematuro verano le estaban afectando al riego, ni nada parecido. El motivo era Jesús Sacramentado, y si Jesús Sacramentado no es una razón de peso...
El caso es que al atardecer del viernes de las vísperas de la festividad del Corpus Christi, la Hermandad del Stmo. Cristo del Perdón iniciaba, como todos los viernes, el rezo del Santo Rosario en la Ermita de San Sebastián. Íntimamente, y tras forjar a María una corona de rosas con cada letanía del Rosario, las puertas del Santo se abrieron para dejar salir por ellas a María Stma. de la Soledad. La Virgen salía a la calle sencilla y rodeada de los suyos, en las andas de Traslado de Ntra. Sra. del Valle, que la Hermandad de la Patrona gustosamente había cedido a la Cofradía del Domingo de Ramos.
La Virgen salía para recorrer los pocos metros que separan a la Plaza del Cristo del Perdón de la del Corazón de Jesús, lugar donde permanecería hasta el Domingo del Corpus cuando el Santísimo Sacramento del Altar pasaría ante Ella, llenando de gozo su traspasado corazón. No hubo excesos, todo se hizo en su justa medida, buscando el recogimiento con el que esta bella Dolorosa palmerina sabe llegar a sus hijos.
María Stma. de la Soledad lucía su antigua ráfaga de estrellas, portando en sus manos una rosa blanca, simbolizando su inmaculada pureza, y algunas espigas de trigo, signo eucarístico. El exorno floral de las andas fue a base de flores blancas, destacando entre otras nardos, rosas y liliums. Varios candeleros con cera roja iluminaban el caminar de la Virgen.
La Señora de la Soledad estuvo arrodillada ante su Hijo, Jesús Sacramentado. Fue la humilde Sierva que una vez más doblegó sus rodillas ante Dios, tal y como lo hizo en la Anunciación y en el Calvario.
Una vez pasada la festividad, volvía con los últimos rayos del sol del lunes día 7 de junio a recorrer la calle Real para llegar a su Ermita.
La Hermandad del Perdón cumpliendo con uno de sus fines, ha honrado a María con este culto, solemne, sencillo y hermoso. La Virgen ya reposa en su hornacina, guiándonos con su mirada hacia el Reino Prometido y doblando sus rodillas ante el Santísimo Sacramento, que espera en la Soledad del Sagrario la oración sincera de su Iglesia.