LOS NIÑOS Y EL SEÑOR
"Dejad que los niños se acerquen a mí."
En la tarde de la ilusión, cuando los mayores se vuelven niños, y los niños se revisten con su cara más inocente, en su pensamiento solo flotaban los caramelos, las serpentinas y el papel de regalo. La impaciencia era la sensación que había recorrido su cuerpo durante todos los días previos, y cuando ya no pudo esperar más, corrió con celeridad hacia su casa, porque ya los Magos de Oriente habían estado allí. Pero al pasar delante de la vieja ermita mudéjar, se detuvo, esperó a sus padres que venían más retrasados, tomó sus manos, y subiendo los tres grandes escalones que salvan el desnivel, atravesó las aristas de la ojiva para llegar hasta los pies del Señor.
Ese es el regalo que quiso hacer a sus padres, visitar a Jesús en el día de su Epifanía para mantener la devoción al que tantos años ha sido faro de su familia, monumento al amor fraternal y Señor de La Palma. Comprendía porque los ojos de su padre se humedecían al ponerse frente a Padre Jesús, y quería ver de nuevo esa emoción reflejada. Ahora entendía porque todos los jueves su madre tenía una visita obligada a la ermita del Valle, y hoy quería hacerla junto a ella.
Postrado ante el Señor, besó su pie adelantado y le miró a los ojos. “Tu rostro Señor, es el que preside la cabecera de mi cama, mirándote cada noche he aprendido a pedirte y a soñar. Quiero que te quedes siempre como estas hoy, desprovisto de la Cruz que carga tu hombro y de la corona que traspasa tu sien. Cautivo, sí, pero del amor de tu pueblo, de este pueblo de La Palma, del que eres el vecino más vetusto y reconocido. Y quiero una cosa más Señor, crecer y tener la suficiente fuerza para que algún día, sean mis hombros lo que te lleven hasta la ojiva, donde cada año el pueblo espera impaciente. Señor, quiero ser tu costalero.”
Así fue como en el día de la Epifanía, cuando la ojiva abrió sus goznes para recibir la ludicidad de una tarde de Reyes, también el Señor recibió su regalo.
Alfonso J. Madrid
Foto: Manuel V.